Ahora vendrán. Lo sé. En cualquier momento pueden cruzarse por la puerta y saludarme con sus sonrisas y sus abrazos. Qué ingenua era. Qué tonta por no haberme dado cuenta de que tales actos eran tan sólo el primer acto de la tragedia, el éxodos de su canto griego, la pantomima de mi falsa salvación.
Tal vez crean que estoy exagerando, pero viendo como se dieron los hechos se darán cuenta. Se darán cuenta de que aquello que sólo parecía una molestia sin importancia era en realidad aquella muela más dolorosa en extirpar.
Era uno de los amigos de mi novio. Lo quería, igual que a todos sus otros amigos. No era nadie en especial, ni singular, tenía un humor agrio, muy agrio. Cuando lo conocí me pareció el más lindo de su grupito, tenía un no sé qué de rebeldía… El cabello largo y algo despeinado, esos piercings en la boca… Ay, no sé como explicarlo. Tenía un aire misterioso que todavía tiene. Ahora ya es un adulto. Se sacó los piercings y se cortó el pelo. Siguió el prototipo estándar de alumno universitario formal.
Si bien nunca le había dado demasiada importancia y nuestras charlas eran una mezcla entre lo bizarro y lo ameno, siempre me callo bien. Igual que todos los demás amigos del grupo de mi novio. Creo que ya había dicho eso, ¿no? Ah sí. Bueno. Prosigamos…
El suceso fue una fiesta en mi casa. Algo sencillo, nada particular. Invité a todos los chicos del grupo y místicamente todos vinieron. Los últimos en llegar fueron mi novio y José. Cuando tocaron el timbre para que les abriese, les puse cara rara.
- ¿Por qué viniste con él y no con Matías? Es raro, sus casas les quedan re de trasmano… - y deje de hablar, cuando mi novio me dio una mirada severa. José se veía agitado, aunque intentaba ocultarlo bajo una mirada desinteresada y una mueca de sed.
- Bueno, pasen. Ya llegaron todos. Estamos viendo una película – les dije cuando vi que no tenían intenciones de explicarme que había pasado. ¿O no había pasado nada, y por eso no me decían nada?
Entramos a mi casa, fuimos derecho hacia la habitación donde estaban los otros. Mi novio y José estaban tan raros… No saludaron a nadie. Se quedaron con la mirada fija en la pantalla de la película medio empezada, sin preguntar siquiera de qué se trataba. Pensé que simplemente tendrían un mal día e hice como si nada.
La película era aburrida. Trataba sobre unos viejos que tenían un fetiche con tener “sexo” con los tachos de basura. Si bien al principio nos había dado entre asco, risa y un poco de ganas de mandarla al carajo y ver otra cosa, seguimos viéndola. El problema era que a las dos horas de la película (era un documental que duraba como 3 horas) estaban caso todos dormidos, excepto José, mi novio y yo.
En la pantalla, ancianos hablaban sobre su amorío a la basura y como eso había cambiado sus vidas. Era aburrido, pero ya estaba llegando al final y me parecía que valía la pena verlo hasta el final. No estaba prestando demasiada atención a mis compañeros, ya que ellos parecían robots que miraban la pantalla. Yo estaba sentada en el sofá, mi novio a mi izquierda y José a mi derecha. No me había percatado de que ellos, en lugar de estar mirando la película, estaban mirándome.
Sofocante. Una sensación de ahogo me llego hasta los pulmones y mi cerebro tenía que concentrarse para no perder el foco de la película. Miré hacia adelante con todas mis fuerzas. A ambos lados, comencé a sentir un olor particular. Una ola de calor que me llegaba a las fosas nasales y que poco a poco, se iba escabullendo debajo de mi pantalón para meterse hasta dentro de mi cuerpo, dentro de mí.
En la pantalla, una mujer revolcándose en la basura felizmente. A mi lado… estaba José masturbándose, mirándome. Me miraba con unos ojos huecos, pero su boca jadeaba. Pude ver su miembro entre sus manos, acariciándose cada sentido e intentando cautivarme.
Repulsión. Lo miré a los ojos. Busque con mi mirada consuelo en los brazos de mi amado. Me di vuelta y lo vi a él también masturbándose, pero no sentía la menor pizca de placer.
- ¿Qué están haciendo? – dije en una voz que salió como si estuviese difónica, estaba completamente confundida.
- Yo ya cumplí, te dejo el resto a vos – le dijo mi novio a José mientras se detenía en su acto de darse placer a si mismo sin dárselo.
José no dijo nada. Simplemente dejo escapar una mueca extraña. Yo lo veía. Lo veía salir desde lo más profundo.
Entonces lo único que podía hacer era correr. Correr por todo el ancho y largo de la casa, buscando salvarme de ese abismo maldito, de ese agujero sin salida. No podía. Grité pero nadie escucho mis auxilios, como si no hubiera nadie en toda la redonda.
Entonces vi algo que no quería. Dentro mío se revolvían mis entrañas y podía respirar de ese dolor punzante causado por la asfixia de saber que pronto vas a morir. Me agaché y deje que mi cabello diese un latigazo contra el suelo, mientras me fundía con los pétalos de rosas amarillentas que salían de mi esófago. Allí, del otro lado de la calle de tierra que me metía jabón dentro de los ojos, allí vi la figura más conmovedora de toda la historia. Había un par de niños agarrados de la mano, jugando con una mariposa. No sé porque me causo tantas ganas de llorar. Aquella inocencia inamovible…
De la nada, como si fuese yo el lente de la cámara que pudiera hacer zoom, vi todo tan de cerca, tan de cerca, que vi que la mariposa era un ser horrible con ponzoñosa mirada. Le dije a los niños que se alejaran de ella, y no me escucharon. Más los ojos de la mariposa me miraban y me decían:
“¿No entendes, no? Esto que te está pasando es tan sólo el principio. Tus ojos están nublados y no podés ver la realidad de lo que estás experimentando.” – dijeron sus antenas movedizas.
“No, no lo entiendo. Y quiero salir de aca. De tus ojos penetrantes y de tu no sonrisa de bicho muerto. Dejame salir. ¡Dejame salir!”
Tendida en el suelo, la eyaculación de aquel miembro se extendió por todo mi cuerpo desnudo, y pude sentir el calor de la humillación mezclado con la ira. Estaba tan enojada con ellos que los eché de mi casa.
Al ir a la puerta a despedirlos, José tenia la misma expresión perdida con la que llego, y mi novio, cabizbajo, con mirada triste me dijo ‘chau’. Se dieron media vuelta y se fueron hasta la parada del colectivo.
Pero cuando les cerré la puerta de un estruendoso portazo, me di cuenta de que aún lo amaba, y que no quería que esto fuese el final. Fui corriendo lo más rápido que pude a alcanzarlos, pero cuando los vi de lejos, sólo pude percibir sus manos agarradas.
- ¿Por qué José y él… se agarran de la mano? No puede ser que… - y entonces, como si los hubiera llamado a gritos, se dieron media vuelta, me sonrieron, y se fueron.
El viento dio un soplo muy fuerte y se llevo mi anillo con él. Ese que me había regalado… Mi cabello se metió muy adentro de mi boca, mi nariz y mis ojos, mientras ellos se alejaban. Cuando me di media vuelta para volver, vi un colectivo viniendo.
478
“Ese colectivo no pasa por acá… Nunca escuché que pasara un colectivo con ese número por acá” pensé.
Pero ví que José y él se estaban subiendo al colectivo. Mis ojos no pudieron apartar la mirada de aquel vehículo yéndose a toda marcha. Tuve el estúpido impulso de seguirlo, gritarle y reclamarle que no se fuera. No quería que se fuera.
Entonces, en el medio de todo el conflicto, en el medio del colectivo yéndose y yo atrás de este corriéndolo como una estúpida, grité: “¡José!” y extendí la mano. Ellos estaban sentados en los últimos asientos, y me escuchó, se dio media vuelta y me sonrió.
Y me quede parada en el medio de la calle, mirando como aquel transporte público se iba, viéndome las manos llenas de semen, pensando por qué grité ‘José’ y no el nombre de mi amado.
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